Resumen del relato original de Ildefonso Llorente Fernández.
Fue redactado en varios capítulos, el primero publicado el día 10 de Enero de 1902 en el periódico Madrileño «Gente Vieja» en su número 39, 40 y 41. (Textos originales al final de este artículo.)

Por JAVIER FRANCO

La Calleja de la Amapola es un paso sombrío y estrecho que actualmente comunica La Plaza de Potes con la Calle del Obispo y años há, servía para comunicar la torre de los Señores de Liébana con el barrio de San Pedro a través de una tortuosa pendiente.

En la actualidad es una calle perfectamente transitable aunque, eso si, húmeda y sombría, pero en el tiempo en que acontece esta historia, allá por el siglo XII, esta calleja era un estrecho camino de una insufrible pendiente rodeada de zarzas y bardales, y donde aconteció el desafortunado episodio que vamos a narrarles.

En este lugar, hacia el año 1285, existía una torre, La Torre de San Pedro, que reformada aun se conserva. En aquellas fechas habitada por Don Pedro Roiz de Lamadrid Señor de Potes y de otros pueblos de Liébana, quien era Merino Mayor del Rey. Muy cerca de esta torre, en el barrio de San Pedro, en una pequeña y modesta casa vivía un vasallo de aquel señor que era viudo y tenía una hija llamada Frunilda de diez y siete años de edad.

Frunilda era una moza de enormes cualidades morales y una belleza sin igual en la zona. Cada día con los primeros rayos del sol, acompañaba a su padre hasta la pequeña ermita de San Pedro la cual daba nombre al barrio, y tras compartir unos minutos de oración, regresaban a su humilde morada a tejer los «Sayales» que vendían para sustentarse. El Sayal era una tela rústica de lana que se fabricaba en la época medieval y con la que se confeccionaban entre otras prendas los Sayos, que eran unas túnicas holgadas y poco ceñidas que utilizaban los aldeanos en aquella época.

Los días festivos, tras la Misa, Frunilda visitaba a los enfermos pobres del barrio y a quienes todas las noches llevaba en una cesta alimentos que ella y su padre reservaban para ellos, razón esta , por la que ambos eran admirados y muy apreciados por todos los vecinos del pueblo.

Para bajar al rio desde la casa de Frunilda había un maltrecho camino entre prados y fincas propiedad todas de Don Pedro y donde la única señal de existencia humana era la torre del Merino Mayor del Rey.

Cuando la joven terminaba todas las labores domesticas del día, cogía un ánfora y se dirigía al rio a por agua atravesando aquella tortuosa calleja, donde cada día, un joven que era hortelano en las tierras del señor,  esperaba a la hermosa joven de quien estaba enamorado y quien le correspondía con igual sentimiento.

Incluso Don Pedro que era un hombre muy recio y severo, para gratificar la lealtad que el joven había demostrado siempre hacia su señor, pensaba regalarles una finca con ganado para que pudieran vivir holgadamente.

En un pueblo de Pernía, comarca también propiedad de Don Pedro, varios años atrás, había tenido éste un hijo bastardo a quien trajo a Potes a vivir con él. De carácter depravado, disfrutaba haciendo el mal y tantas fueron sus tropelías que su propio padre lo expulsó de Líébana.

Años mas tarde y tras escuchar Don Pedro extraordinarias historias de la valentía demostrada por su hijo en la lucha con los moros, le dio permiso para habitar junto a él por un tiempo hasta comprobar si verdaderamente había cambiado.

Cierta tarde asomado el bastardo a la ventana vio a Frunilda que por la empedrada calleja se dirigía al rio a llenar el ánfora de agua y de cuya belleza quedó prendado gritándola frases que no gustaron a la joven quien le respondió despreciando al rufián sin siquiera mirarlo, lo que le produjo un enorme cólera jurando vengarse de su desdén, mas aun cuando vio acercarse al joven hortelano a quien ella miraba embelesada.

Tal era su enfado que bajó enfurecido las escaleras de la torre con sabe Dios que intención, pero cual fue su sorpresa, que al llegar al quicio de la puerta, se dio de bruces con Don Pedro, su padre, que regresaba de su Casa-Torre de Buyezo y al ver a su hijo tan agitado le preguntó cual era la causa de su estado, a lo cual el joven truhán contestó que era debido a la prisa por bajar las escaleras para llegar a tiempo de recibirle y besar su mano.

En esos instantes Don Pedro vio como se despedían la bella Frunilda y su joven enamorado y aprovechando esa estampa le explicó a su hijo que la pareja de enamorados eran dos de sus vasallos mas fieles y que había decidido protegerles ante cualquier amenaza.

Ese mismo día al anochecer, un pastor alertó a Don Pedro que una enorme osa había atacado al ganado que pastaba en Tolibes, a lo cual el Señor respondió que al amanecer junto a todos los vasallos útiles que pudieran unirse, procedería a dar muerte a la osa.

Al siguiente día, cuando aparecían los primeros rayos de sol, Don Pedro partía junto a sus vasallos en busca de la osa para darle muerte y que no volviera a molestar a su ganado. Cual fue su sorpresa al enterarse que su hijo no podía acompañarle por encontrarse supuestamente enfermo. Tras casi un día de montería, la osa cayo muerta por uno de los valientes vasallos que al abrazarle la osa para matarlo,clavó su afilado cuchillo en el pecho del animal cayendo gravemente herido.

Mientras, el malvado bastardo, cuando empezaba a caer la noche, se agazapó en un recodo del camino esperando a que la bella Frunilda pasase como cada día en dirección a rio para llenar su ánfora de agua.

A los pocos minutos apareció la joven camino arriba tras coger agua en el rio y al levantar la cabeza, cual fue su sorpresa que avistó al bastardo que cortándola el paso comenzó a decirle frases obscenas y libidinosas a lo cual la joven con semblante firme le respondió con una fuerte bofetada, instante que él aprovechó para ceñir el talle de la joven quién al intentar huir cayó al suelo con tal mala suerte que su cabeza impactó violentamente contra una enorme piedra que la dejó inconsciente.

En ese instante apareció de entre los bardales y de un salto el joven hortelano lo cual hizo huir presuroso y en dirección a la Torre al cruel atacante.

A la par de este episodio, aparece en el lugar del suceso Don Pedro con su séquito de vasallos que volvían de dar caza a la osa. Al verlo llegar, el joven pide justicia a su señor por el ataque sufrido por Frunilda.

Don Pedro, pide explicaciones al joven desesperado preguntándole quien había atacado a su amada contestando el zagal que el culpable era su hijo lo que hizo entrar en cólera a Don Pedro alegando que su hijo se encontraba enfermo en sus aposentos, en ese momento el joven se dio cuenta de que el caballo de su Señor estaba pisando una joya quien al verla gritó enfurecido al descubrir que era una Amapola de oro que él mismo había regalado a su hijo bastardo.

Don Pedro ordenó a varios de sus vasallos mas fuertes recoger a la joven y llevarla a casa de su padre, y él a lomos de su caballo se dirigió hacia la torre, pero cual fue su sorpresa que a lo lejos vio a su hijo corriendo desesperadamente por la calleja y tras varios traspiés y tumbos propiciados por la enorme prisa que llevaba , caer de bruces sobre unos espinos que se clavaron en sus ojos y ensangrentaron su rostro.

Al llegar a él, Don Pedro juró que no tendría piedad, lo cual cumplió y cuando el joven curó sus heridas por las cuales quedó ciego de por vida, le expulsó de sus tierras y para que no se olvidara aquel cruel suceso puso de nombre al camino testigo del episodio con el nombre de Calleja de la Amapola.

Y para resarcir a los jóvenes por el cobarde ataque de su hijo a la bella doncella, al siguiente día ordenó construir una casa junto a la calleja que donaría a la pareja de enamorados, que tras darles su bendición, se casarían y vivirían felices en la primera casa que hubo en la Calleja de la Amapola.

Relato original de Ildefonso Llorente Fernández, fue publicado en el año 1902 en el periódico Madrileño «Gente Vieja» números 39, 40 y 41, depositado en la Biblioteca Nacional de España.